Separarse no es solo cerrar una historia; es comenzar una etapa completamente nueva. Ya no eres la misma persona que cuando te uniste a quien pensaste que sería tu compañero de vida. La vida cambia, tú cambias, y te toca reconstruirte.
Para los niños, también es un cambio profundo: la vida que conocían ya no será igual y, probablemente, se encuentren con nuevas figuras parentales o distintas formas de familia. Por eso, es fundamental estar atentos a sus necesidades, emociones y preguntas. Pero eso solo es posible si antes los adultos transitamos nuestro propio proceso de adaptación.
No podemos cuidar si no nos cuidamos. No podemos contener si no estamos contenidos. Pide y acepta toda la ayuda que necesites: terapia, amigos, familia, colegio, deporte, arte, libros, grupos de apoyo o simplemente escribir. Todo cuenta.
Lo mejor que puedes hacer por tus hijos es empezar por tu autocuidado.
Sanar toma tiempo. Algunos estudios estiman entre dos y cinco años para adaptarse realmente a una separación. No es rápido, pero puede ser un tiempo valioso de autoconocimiento, en el que te reencuentres contigo y construyas un futuro más consciente, más tuyo.
Al igual que los padres, los niños también sentirán miedo, tristeza o confusión. La incertidumbre los asusta, por eso necesitan claridad y coherencia. Aquí algunas preguntas que suelen tener —y cómo podemos responderlas con amor y honestidad:
¿Qué significa que se separen?
El papá y la mamá ya no vivirán juntos, pero seguiremos siendo tus padres para siempre. Puedes contar con nosotros, juntos o por separado. Dejamos de ser pareja, pero jamás dejaremos de ser tus padres. Seguimos siendo tu familia, aunque ahora de otra forma.
¿Por qué se separan?
Vivir juntos ya no era lo mejor para nosotros. Nos dimos cuenta de que estábamos más tristes que felices, y eso también afectaba a quienes queremos. Por eso elegimos separarnos: para poder estar mejor y cuidar el ambiente en el que todos vivimos. (Es importante ser sinceros, pero sin sobrecargar de información: los temas de pareja son de pareja, no de los hijos.)
¿Podemos hacer algo para que vuelvan a estar juntos?
A veces los niños no lo preguntan directamente, pero lo intentan con frases como: “¿Aún quieres al papá o a la mamá?” o “¿Podemos invitarlo?”. La verdad es que la separación no tuvo nada que ver con ellos. Nada de lo que hicieron la causó y nada de lo que hagan puede repararla.
Los hijos no pueden ni deben hacerse cargo de sus padres. Tienen otras responsabilidades: asistir al colegio, colaborar en casa —poner la mesa, ordenar, botar la basura— y, sobre todo, dejarse cuidar. No deben nunca sentirse obligados a elegir entre padres: el amor no se divide, se transforma. Solo cambia el contexto físico, no el vínculo.
Hablar, sentir, reparar
Explícales que pueden hacer todas las preguntas que necesiten, cuando lo necesiten.
Si no sabemos la respuesta, digamos con calma: “No lo sé, pero si alguna vez lo sé, te lo diré.” Y si la pregunta toca temas de adultos, podemos responder: “Eso pertenece al mundo de los adultos. No te preocupes, nosotros lo resolveremos y todo estará bien en este nuevo formato: distinto, pero bien.
Separarse remueve muchas emociones: tristeza, enojo, alivio, culpa, miedo. Negarlas no las hace desaparecer; vivirlas con conciencia es lo que realmente nos transforma. La mejor forma de enseñar regulación emocional a los hijos es con el ejemplo: si nosotros nos damos permiso para sentir, ellos también podrán hacerlo. Llorar no es debilidad, es humanidad. A veces lo más valiente es llorar juntos, porque cuando un hijo ve a un adulto sentir y sostenerse, aprende que las emociones no son peligrosas, que se pueden vivir sin miedo.
Separarse no tiene por qué ser una ruptura del amor, sino una oportunidad de reconfigurarlo.
El amor por los hijos puede ser el puente que mantenga viva la conexión, aun cuando el formato de familia cambie.
Y en esa nueva forma de amar, también hay espacio para crecer, sanar y volver a construir.


